Cumplir más de 100 y en familia
Celia Aída Bobbio festejó sus 101 años en la delegación Mar del Plata. “Cuando se tiene una familia de bien, se llega bien”, dice.
Hace un siglo, cuando el país celebraba el centenario de la Revolución de Mayo, se agrandaba el hogar de los Bobbio, cercano a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen del barrio porteño de Villa Pueyrredón. Era el 3 de abril de 1910 y la pequeña Celia Aída era la recién llegada a esa familia proletaria de inmigrantes italianos. Los Bobbio tendrían, en total, 8 hijas. Sí, todas niñas.
“Nací en Buenos Aires, en una tierra hermosa”, evoca hoy, con 101 años cumplidos el día anterior, doña Celia. Vive en Mar del Plata y está asociada a AMPF desde el 29 de julio de 1998.
Está sentada, con sus manos apoyadas sobre su bastón, junto a una mesa servida para la ocasión. Es que pasado el festejo familiar, el día 3, su hija, familiares, asociados y empleados de la Mutual se han reunido en la delegación Mar del Plata para ayudarla a soplar, una vez más, las velitas de la torta. Aunque no necesita ayuda; se vale por sí misma para todo. “Ella se lava la ropa y seca los platos –acota su hija Rosalía-. También se baña sola y no me deja que la ayude”.
Hija de un piamontés de Alessandria y viuda de un siciliano de Palermo, afirma que los italianos son “bravos”.
– Pero al siciliano se lo buscó usted…
– ¡No! ¡Me buscó él!
– Bueno. Cambiemos de tema. ¿Qué recuerda de su infancia?
– Recuerdo mis juguetes, mis muñecas…
– ¿Fue a la escuela?
– Sí. Vivíamos en Buenos Aires (tierra hermosa), e iba a un colegio de monjas en la calle Triunvirato , cerquita de la parroquia del Carmen. Tenía que atravesar un campo para ir desde mi casa hasta ahí, que estaba en Villa Pueyrredón. Y recuerdo a una maestra muy buena que tuve. En esa época se iba de lunes a sábados.
– Trabajó fuera de su casa?
– Hasta que me casé, más o menos a los 30 años, trabajé en la tienda Los Gobelinos, de Florida 125. Tomaba el 93 hasta Lacroze, y de ahí el subte hasta la estación Florida. Pero cuando me casé, dejé de trabajar.
– Y ¿cómo vino a parar a Mar del Plata?
– Venía a Mar del Plata a pasear. Varias veces.
– Y un día vino y se olvidó de volver a su casa…
– ¡No! Es que tenía a mi hija viviendo acá, así que me vine a vivir a Mar del Plata, pero extraño Buenos Aires.
Celia admite que nunca pensó que llegaría a cumplir 100 años. “Pero cuando uno tiene una familia de bien, bien constituida, uno llega bien”, dice, como revelando el secreto de su gerontez. Y explica que tuvo un hijo y una hija, que la mujer es soltera pero el varón le dio cuatro nietos: dos varones y dos mujeres, una de las cuales vive en Estados Unidos y que si bien este año no pudo estar, el año pasado, para su cumpleaños número cien, viajó especialmente para la ocasión.
– Celia, ¿madruga mucho?
– Antes me levantaba más temprano; pero ahora no tanto. Eso sí, me hacen dormir la siesta todos los días…
Celia no se ha privado ni de las masas, ni de los saladitos ni de los sandwiches de miga esta tarde. Y no ha parado de hablar, pese a que hoy está cansada, porque viene de un intenso día de festejo con la familia y allegados en el día de ayer.
– Y con las comidas, ¿cómo se lleva? ¿Se cuida mucho?
– Como de todo, pero lo que más me gusta es el lechón. Pero el “lechón-lechón”, frío.
– ¿Nunca un purecito de zapallo?
– Sí, eso también, pero porque no tengo dientes.