El oficio de vivir inventando
Harold Baumann
“Lo mío es volcar mi conocimiento en bien de la Humanidad”, dice Harold Baumann.
A los 73 años de edad, Harold Omar Baumann piensa y espera. Piensa en la manera de encontrar nuevas técnicas que generen energía sin contaminación alguna, y espera que alguien lo escuche, se interese en sus propuestas y le abra una puerta a sus desarrollos.
En una estrecha habitación prestada en una humilde casa de la localidad de Guernica, sur del Gran Buenos Aires, este hombre que sólo estudió hasta 6º grado despliega planos, hojea notas y cartas, exhibe un video en el que se ve un submarino en miniatura que, dice Harold, aportaría infinidad de beneficios en materia de pesca y de exploración subacuática.
La entrevista a Baumann se ha convertido en un relato salpicado de temas que arranca con sus primeros intentos de inventar un motor a partir de un calentador de kerosene -tenía por entonces 4 años- hasta el desarrollo de un motor de viento generador de energía eléctrica a un costo muy inferior a los equipos actuales. En medio de ello se alistan el mencionado submarino, otro generador de energía -pero en este caso marina-, su vida como pastelero en la marina mercante, la muerte de su esposa, increíbles escapes de su propia muerte y maravillosos “encuentros” con peces de colores, hormigas y colibríes en Formosa.
Como tantos inventores, Harold lucha de manera casi permanente con dos grandes escollos: la burocracia y la falta de fondos. Durante la crisis de 2001, dice, tuvo que deshacerse de la maqueta del motor de viento, la niña mimada de sus inventos. Y muestra la documentación de patente otorgada por el Instituto Nacional de Propiedad Industrial la cual, por factores diversos, quedó archivada y perdió vigencia.
Baumann recorrió oficinas y despachos en procura de apoyo: desde la Embajada de Alemania hasta unidades militares, transitando un andarivel variopinto de organismos y dependencias que incluye, por supuesto, claustros universitarios. “Hay una burocracia asfixiante”, se queja.
El generador de energía, dice, “me insumió veinte años de investigación. Al cabo de tanto tiempo creí que no podía hacer más nada y no podía descubrir dónde estaba el punto de funcionamiento”, hasta que finalmente llegó la luz.
Hacia 1982 (guerra por las islas Malvinas) conoció a un gendarme cuyas relaciones le permitieron llegar a Casa de Gobierno a exponer su proyecto. “Ahí me di cuenta de que la ignorancia es generalizada: falta de educación, de cultura y de previsión en la guerra –manifiesta-. Me decían que Inglaterra estaba muy lejos, a 20.000 kilómetros, y yo les contesté que un submarino nuclear puede dar la vuelta al mundo ochenta y cuatro veces, remolcar barcos, trasladar gente, lo que se les ocurra”.
Y vuelve a sus generadores de electricidad: “Hoy se habla mucho sobre el cambio climático, pero no hay educación real sobre eso. Los seres humanos nos proponemos algo, pero es Dios quien tiene la última palabra”. Acota que la naturaleza no regala absolutamente nada, que hay un costo que tenemos que pagar todos, y que “el hombre tiene la costumbre de invertir sin pensar en las consecuencias”.
Por eso se preocupa por aclarar que lo suyo “es una revolución en el sistema de captación de energía cinética, que es trasladar una masa en energía. Los molinos actuales tardan unos siete u ocho años en recuperar el capital invertido –señala-. El mío, en menos de un año ya generó ganancias equivalentes al valor de su construcción, con lo cual ya se puede construir el segundo. Con esos dos, al año ya podemos tener cuatro, luego ocho, y así seguir usufructuando ese efecto multiplicador”.
En el terreno de la técnica Harold explica que los generadores eólicos comunes llegan al máximo de su potencial cuando alcanzan los 50 kilómetros por hora de velocidad y no giran más allá de los 90. En cuanto a las dimensiones, dice que pueden superar los 100 metros de envergadura. “Mi máquina –retoma el relato- en sólo 1m2 de superficie absorbe toda la energía del viento y no deja escapar nada. No se detiene por más que el viento suple cada vez más fuerte y ello aumenta su potencia”. Baumann pudo hacer una demostración en la base aeronaval de Punta Indio ante ingenieros aeronáuticos y oficiales de esa dependencia militar, quienes comprobaron que “no es una turbina, sino un motor de viento con autocontrol”. Y tiene un valor agregado: es absolutamente silenciosa porque el viento no encuentra resistencia.
Harold Omar Baumann, asociado a AMPF en el anexo Guernica, dice a modo de corolario: “Lo mío es volcar mi conocimiento en bien de la Humanidad”. Entonces pliega cuidadosamente sus planos y lo mira al cronista con la esperanza de que haya entendido al menos una pizca de todo lo que dijo y que le crea. Y que alguien lea el reportaje y se interese en darle una manito. No hay por qué no creerle. Sólo que la física nunca fue el fuerte de este reportero. Para eso están los sabios.